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La Sirena del Rio Bélico y El Güije del Caney.

Este 15 de julio, se cumple un aniversario más de la fundación de nuestra ciudad, nuestro terruño natal, “La Villa entre los dos Ríos”; otrora Río del Monte y Río de la Sabana. En la actualidad Río Cubanicay y Río Bélico, ya hemos dicho en otras oportunidades que no son grandes ríos; más bien pequeñas corrientes de agua, ya no tan naturales, que fluyen, arrastrando cualquier cantidad de residuales, pero durante mucho tiempo y hasta principios del siglo XX, estos ríos embellecían la ciudad, era común ir a tomar baños a sus diferentes pozas y pocetas, algunas de ellas famosas como: la de La Princesa en el Bélico y la del Caney en el Cubanicay. En ambas la imaginería popular situó personajes mitológicos, en la primera, una Sirena; y en la segunda, el popular Güije del Caney, en el siglo XIX estos personajes fueron de gran fama en los habitantes de la villa, tanto que en 1894, la Revista Santaclareña “El Mosaico” publico una pintura de la concepción tenida de ellos los villaclareños; Como homenaje a la fundación de “La Villa de la Gloriosa Santa Clara” hoy les traigo aquí estas leyendas santaclareñas.


Princesa, La Sirena del Rio Bélico.

La tradición nos da cuenta que apareces engañosa, recostada en esa peña, y entonando dulces ritmos adornas tu cabellera: que a los mortales encantas y su razón enajenas, para robarles la vida con tus besos, traicionera.

Rafael Valdés. “El Mosaico”

Santa Clara, 1894.


La Princesa, nombre de nuestra ninfa mitad mujer mitad pez, la llamaban así por la poza en el río Bélico, donde se la alojaba, paraje en las inmediaciones de la calle Princesa (hoy Estrada Palma), calle arrabalera y empedrada, muy polvorienta para la época de nuestra historia, pero la charca era deleite de grandes y chicos, hoy ha desaparecido por las condiciones de suciedad que presenta el río, pero si la ubicáramos sería aproximadamente cuando la corriente pasa el puente “General Monteagudo” en las que hoy son las inmediaciones del Palacio de Pioneros.


Cuentan que era de las más traviesas a la usanza tradicional de las sirenas, se consideraba que había sido una mujer de mala vida, una pecadora que por castigo divino fue convertida en Sirena, se dice que cierta vez pasaba por el lugar una señora y vio a la mujer – pez, sentada en una piedra peinándose. Se fijó bien y vio que era una Madre de aguas, mitad mujer de color blanco y mitad pez. La sirena le pidió un objeto y la villana no se lo dio, escapo a todo correr, comenzó a contar a todos vuelos lo que le había pasado en la charca de la Princesa, al punto se quedó inválida, y la gente decía que eso fue un castigo de la ninfa acuática por divulgar su existencia, pero esto forma parte de la mitología popular apoyada en la ignorancia y el fanatismo de la sociedad de la época que hicieron de ella, nacida del miedo, un ser monstruoso al que se achacaban todos los sucesos extraños que ocurrían en las cercanías.


Pero si les cuento la verdad que a mí me contaron, según Manuel García Garófalo Mesa, considerado en su época como “el padre del periodismo en Las Villas” e historiador de nuestra localidad y que vivió por aquellos tiempos, en su libro “Leyendas y Tradiciones Villaclareñas” publicado en el año 1925, bajo el título de “La Sirena del Bélico”. Dice que Princesa era un ser que la sociedad y los infortunios excomulgaron de la felicidad y allí en aquella charca bajo la superficie del rio, vivía, tremolando sobre las ruinas de su ideales y sueños mundanos, la bandera de la desgracia, sin más dios que su amor por un hombre ni más ideales que ser suya, hombre que la desprecio, motivo por el que en una noche tempestuosa, donde los elementos desencadenaban todas sus fuerzas, los rayos surcaban el espacio y las aguas del río rugían furiosas de cólera, bajando desde su fuente en las entibaciones del Escambray, fuera de razón, se lanzo al río, el cual la recibió con cariño, envolviéndola con sus olas en un abrazo transformando sus formas en la de un pez de larga cola y plateadas escamas, en su parte humana su cabeza era la de mujer joven y encantadora, con una sedosa y oscura cabellera y boca pequeña.


Allí en su charca, Princesa embelesa con su hermosa voz, cantándole a las bellezas naturales de la región, convirtiéndose poco a poco en protectora de la ciudad de Marta, desde entonces las madres santaclareñas le cuentan a sus hijos a la hora de dormir el mito de Princesa, la Sirena del Bélico, “nuestra Sirena Pilonga” la que en un tiempo aterrorizó a nuestros antepasados y en otros los deleitó, es verdad no es tan popular como otras leyendas pero constituye un ejemplo con más de cien años de la fértil imaginación de nuestros abuelos y tatarabuelos, la sirena ha caído completamente en el olvido. A lo mejor en un futuro nuestros hijos y nietos la retomen y la conviertan nuevamente en la Princesa del Bélico, más afortunada es la leyenda del güije en cuanto a popularidad, pues el güije es más cubano, por lo que es más recordado, a continuación se los cuento.

“El Güije de la charca el Caney” en el rio Cubanicay.

He aquí, señores, el güije, habitante de la poza del Caney y sus cantiles, desde edades muy remotas; el que causa espanto y grima por su estampa y por su forma; el que accidentó al soldado la tarde de Santa Mónica; el que le torció de un brinco las manos á Mano Sosa; el que á Miguel Aniceto le dejó las mangas mochas;

Antonio Vidaurreta. “El Mosaico”

Santa Clara, 1894.


No encontraremos en nuestros campos, un lugar donde hubiera un río o una poza rodeada de frondosa vegetación en que los campesinos dijeran que había un güije, los güijes son seres extraños que habitaban pozos y pantanos, algunos decían que eran negritos, otros que tenían el cuerpo cubierto de pelos y algunos decían que tenían escamas, Santa Clara no escapa a esta tradición aquí también tuvimos un güije en una poza que formaba el río Cubanicay, llamada "El Caney" ubicada en el lugar conocido por Punta Brava, donde hoy se cruzan las calles Conyedo y Maceo. Esta poza fue durante muchos años el balneario de varias generaciones de santaclareños, muchos de los cuales dijeron haber visto un güije en "El Caney", en esta ocasión Manuel García Garófalo Mesa, en su libro “Leyendas y Tradiciones Villaclareñas” nos lo describe, como un mono grande, semejante a un hombre, y al que los morenos africanos de aquella barriada le daban el nombre de güije. Pero otro costumbrista de Santa Clara, Florentino Martínez, al referirse al güije le da una nueva característica física, mitad pájaro, mitad cuadrúpedo el afirma que los bañistas le dieron tanta popularidad que un dibujante pilongo le realizo un retrato o la concepción que de tal criatura tubo, a través de las descripciones que hacían los que aseguraban haberlo visto, la que se publico en la revista “El Mosaico”, de una apariencia u otra el relato dice.


Que una tarde en que se efectuaban unas fiestas del cabildo africano en santa Clara, entre dos luces “Ma Lucía” una vieja morena que jamás había mentido, se dirigió a la poza en busca de agua con el cántaro al hombro, caminando por las márgenes del río Cubanicay, cuando de pronto lo vio salir detrás de la poza en una manigua de cañas bravas, saltando sobre las piedras y árboles, al güije, tal visión fue para “Ma Lucía” una tremenda emoción. Dejando caer al suelo el cántaro huyó despavorida, con las manos sobre la cabeza encomendándose a la Caridad del Cobre mientras la visión seguía saltando y corriendo de peñasco en peñasco, el cántaro de “Ma Lucía” fue encontrado cerca de la poza y en la cercana manigua fue vista sobre un tronco la visión. El miedo cundió por todos los hogares y la alarma fue tan grande que muchas familias se trasladaron lejos... Una mañana, el güije, aprisionó entre sus garras, a un montero, causándole la muerte, aumentando entonces el pánico, no quedando por toda la barriada un ser viviente.


En las noches de luna, se sentaba sobre una piedra blanca del río y gemía mucho, una vez paso un negro viejo no le tuvo temor y llegó junto a él, le oyó narrar la historia del asesinato que había cometido con el montero. Esa misma noche se celebraban las últimas fiestas del cabildo, frente a la ermita del Buen Viaje. Se propagó entonces la noticia de que el güije andaba en la fiesta. Músicos, danzantes y espectadores, huyeron despavoridos, en esos instantes salía de la ermita un sacerdote por la puerta lateral que da a la calle de San Pablo, sobre el alero de una casa se posaba, el güije, que al verlo, dio un gemido prolongado y saltó, cayendo en el centro de la calle, donde el sacerdote lo roció con agua bendita y le bendijo, y saltando entonces sobre la techumbre del templo, se fijó en la Cruz, que, iluminada por la luz de la Luna, parecía escalar el cielo, y se perdió en la nada, se deshizo como por encanto en lo alto de la torre.


A la mañana siguiente, mientras repicaban las campanas anunciando la fiesta de honor de la virgen, notóse, entonces, que donde se alza la Cruz en la cúspide de la torre, habían nacido unas flores blancas, que desde entonces hasta nuestros días, permanecen perennemente en la “Cruz”.


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