top of page

El cementerio de Santa clara, apuntes sobre la última morada.

La muerte me está mirando

porque me quiere jamar,

y no me puedo escapar

porque no le sé su cuándo.

Samuel Feijóo

El primero de junio se conmemoran ciento noventa y siete años de la construcción del llamado “Cementerio Viejo” de la ciudad, el cual se encontraba situado a la salida de la actual calle Independencia muy cercana al lugar que ocupa hoy el Cementerio Municipal “San Juan de Dios”, aprovechando el marco histórico del hecho queremos hacer referencia a los sitios fúnebres con que ha constado la villa desde sus inicios, dada las circunstancias que estos lugares no gozan de la valoración real que llevan dentro de la sociedad cubana, conllevando con ello al abandono que se encuentran sometidos los conjuntos funerarios, apreciables en nuestro cementerio general, olvidándonos que estos sitios constituyen en todo su esplendor un patrimonio cultural inmaterial de mucha importancia, que recrea la vida de la sociedad civil, al retratar a través de sus usos, costumbres funerarias, ritos, manifestaciones y disposición de los restos humanos la vida misma.


El primer cementerio de que tenemos noticia en la villa de Santa Clara, estuvo contiguo á la “Iglesia mayor”, hacia al extremo que da a la plaza; en lo que hoy constituye una buena parte del “parque Vidal”, cuenta el historiador Manuel Dionisio González, que aledaño a la iglesia había un recinto, cercado de mampostería, para el depósito de los huesos inhumados del cementerio; este lugar permanecía alumbrado por la luz de las velas llevadas por gran número de personas en atención a sus difuntos. Anexo a este depósito, estaba un nicho con el nombre de Casa de las Ánimas, cuyo lugar era visitado todas las noches por un gran grupo de personas que concurría allí a ofrecer sufragios por las almas de sus difuntos, todo esto se debía a una costumbre insalubre antiquísima, de enterramientos en las iglesias, procedentes de la metrópoli española.


Con el desarrollo urbano van surgiendo dentro de una sociedad eminentemente religiosa, los templos católicos que con el ir y venir del tiempo constituirían las iglesias que hoy día emergen por todo el panorama urbano ó algunas ya desaparecidas, “La ermita de La Candelaria”, obra del Padre Juan Conyedo fue construida en 1696 hacia el norte de la plaza, en los terrenos que hoy ocupa el “Teatro La Caridad”, en 1707 “La Ermita del Buenviaje” (hoy iglesia de Buenviaje) en el camino del embarcadero de Sagua, en 1745 quedaría concluida la “Iglesia del Carmen”, en las alturas del norte de la localidad, muy cercana al área fundacional, todas ellas también fueron receptoras de enterramientos, esta práctica que convertía los templos en cementerios, costó no poco trabajo combatir siendo muy perjudicial para la sanidad pública, contribuyendo también al desaseo de los santuarios, cuyos pavimentos estaban siempre removidos, preciso fue adoptar muy enérgicas medidas, para contrarrestarla y hacer que desapareciera una costumbre tan nociva, arraigada como estaba por la fuerza de no pocas generaciones.


En el año 1773 se da la orden en España de construirse los cementerios fuera de la ciudad para cambiar la costumbre insalubre de enterramientos en las iglesias, esta Real Cédula de Carlos III, del 3 de abril de 1787 fue poco difundida en las ciudades de América, fue Carlos IV, por la Real Cédula del 27 de marzo de 1789 quien dictó medidas relacionadas con la erección de los camposantos en los territorios de ultramar. Sin embargo, se multiplicaron las quejas aduciendo los costos que significaba construir cementerios alejados, así como la insuficiencia de recursos para ello, por lo que Carlos IV insistió por la Real Cedula del 15 de mayo de 1804, y de ese modo comenzó a afianzarse el proceso de instalación de cementerios extra muros. En el año 1805 continuaban los enterramientos en la Iglesia Mayor y otros templos de la ciudad, pero al existir la insalubridad como elemento de peso en el centro mismo de la villa, y áreas pobladas se propuso al Cabildo, de acuerdo con el párroco, trasladarlo á otro punto, oída fue la opinión de facultativos médicos, derivando para tal efecto la asignación de un terreno situado entre los caminos de la Habana y Quemado Hilario, mercedado con tal objeto el 25 de Octubre de aquel año; pero una nueva contrariedad que no pudo vencerse, vino en contra de tal proyecto pues al quedar el cementerio fuera de la villa, era de necesario un puente que facilitara el paso del rio en las épocas de lluvia, y faltaban recursos para ejecutar ambas obras á la vez. En tales circunstancias, preciso fue desistir del proyecto, y se escogió después otro sitio, que no presentara inconvenientes.


En el barrio Tanoya, se había efectuado la erección de una ermita, con el título de la “Divina Pastora”, a escasos metros de la terminación del pueblo constituyendo un pequeño templo rural inaugurado en 1793, el mismo posteriormente fue edificando como un templo de grandes proporciones, el mismo era de tres naves, tenía como 50 varas de largo (aproximadamente 41,80 mts) con inclusión del presbiterio y sacristía y 22 de ancho (aproximadamente 18,39mts), en 1803, gracias a los esfuerzos del presbítero Hurtado de Mendoza, ya casi toca a su fin tan monumental construcción cuando ocurre la muerte del párroco, posterior a ello por designios retorcidos del destino después de cierto tiempo fue abandonada su construcción. Desatendida sin que nadie se moviera á concluirla, fue deteriorándose con el transcurso de los años, y cubriéndose de malezas el edificio que hubiera sido un día el mejor templo de la villa, Sin objeto á que destinar la abandonada ermita, llenó las miras de la Municipalidad, y convertida en cementerio general de la villa en el año de 1809, (pese a la reclamación que hicieron los habitantes del reparto, con el propósito manifiesto de concluirla), por encontrarse fuera de los límites del poblado, y dedicada a ese uso hasta 1820.


Pudo allí permanecer, sin inspirar temores á la salud pública, hasta que el fomento y desarrollo de aquel barrio aconsejó la necesidad de su traslado, en 1815 la recién creada Junta de Sanidad manifestó al Ayuntamiento, como primer paso, y en relación al cementerio, la necesidad de situarse fuera de la localidad urbana, esta nueva mudanza no pudo materializarse inmediatamente, por las razones aludidas del vado del río, solo en 1819, mediante el interés que manifestó el obispo Espada, que hallándose aquí en visita, dispuso se construyera en el sitio que estaba designado desde 1805, destinando cuantiosos recursos para la terminación de la ermita de la “Divina Pastora”, y para la construcción del puente sobre el río, invitó el prelado al ayuntamiento para su construcción, además de comprometerse a contribuir con las dos terceras partes del valor del cementerio, siempre y cuando no se afectara la terminación del templo.


Terminado en 1820 el puente en la calle Santa Elena (actual Independencia), sobre el río Bélico, constituyendo este el primer puente construido en Santa Clara, se procedió a contratar la construcción de Cementerio General en febrero del mismo año y terminándose su ejecución el primero de junio, su extensión fue de 50 varas de longitud (41,80 mts) y 30 de latitud (25,78 mts), y sus paredes de ladrillo tienen tres varas de altura(2,50 mts). Esta obra fruto de la premura que demandaba la urgencia de suprimir el existente en La Pastora, en sus inicios pudo ser tolerable, pero con el crecimiento de la población se convirtió rápidamente, en anacrónico e inservible, al decir de Manuel Dionisio González, en su “Memoria Histórica de la Villa de Santa Clara”, (Ese reducido recinto, de tan pobre como desconsolador aspecto, lleno casi siempre de malezas, donde sin orden ni respeto se ven por lo regular diseminados los restos mortales de la humanidad, no parece que sea el lugar sagrado y venerando de su reposo, sino un sitio cualquiera, descrédito de un pueblo católico, que ni está en armonía con nuestros sentimientos, ni con el estado de cultura y civilización que alcanzamos).


Ante esta situación comenzó a pensarse en la construcción de un nuevo cementerio, se escoge para situarlo, el terreno que se extendía a corta distancia del hospital de S. Lázaro (hoy Parque Infantil o el Zoológico como se le conoce comúnmente), en dirección al Oeste, no lejos del cementerio anterior, adjudicado por el Cabildo para tales fines el 18 de Diciembre de 1852; La junta nombrada para atender en la obra, se ocupó desde luego en preparar los medios de llevarla a cabo, y en efecto, ya el 21 de Febrero del año, siguiente, pudo darse inicio á los trabajos constructivos y de excavación para los cimientos, de la parte más vieja del actual Cementerio General de la ciudad al que se le denomino “San Juan de Dios”, a la solemne ceremonia de la colocación de la primera piedra, asistió el excelentísimo e ilustrísimo Sr. Dr. D. Francisco Fleix y Solans, Obispo de La Habana, de visita en la ciudad, lo que contribuyo a darle solemnidad e importancia al acto, ocurrido la tarde del 15 de abril del mismo año, en medio de una concurrencia numerosísima, acompañado de todas las corporaciones y empleados públicos. El secretario de la Junta Don Francisco Díaz de Villegas, dio ante todo lectura al acta que fue extendida con motivo de la expresada ceremonia, y en el cual se consignaron distintas noticias relativas a la formación del cementerio y suscrita por el prelado, por el Teniente Gobernador, miembros del Ayuntamiento y los de la junta, se colocó en unión de la Guía de Forasteros de la Isla y la de Madrid, correspondiente al año de 1852, y una de las monedas acuñadas para la jura de la Soberana reinante bajo la misma piedra, puesta por el venerable Pastor como base del sagrado edificio.


Las dimensiones originales en extensión fueron; ochenta varas de longitud (aproximadamente 66,87 mts) y sesenta de latitud (aproximadamente 50,15 mts), ó sea una superficie de 4,800 varas cuadradas (3354.24 m2), su frente orientado hacia al camino real de la Habana, lucía un porche con múltiples arcos y servía de acceso al mismo, accediendo al interior por una puerta rectangular, recuérdense que para la época, en los cortejos fúnebres los familiares le decía adiós a sus muertos sobre el “puente O´Donnell”, conocido popularmente como “puente de los buenos” sobre el “arroyo Botijuela” hoy “arroyo de La Tenería” terminado precisamente en ese propio año de 1852, en la antigua calle Santa Elena, (actual calle independencia), que daba acceso al cementerio, continuando su camino hacia el mismo, con el ataúd al hombro, una vez traspasado el umbral se llegaba a una alameda que se internaba en el camposanto, en el año 1925 se remodela y amplia el cementerio, cambiando la imagen de la portada principal a un arco de triunfo de estilo neoclásico que todavía hoy conserva, en su parte superior aparece marcado el año de ejecución 1925, y se lee "MORS ULTMA RATIO", "último argumento" lo que puede interpretarse como que es el último argumento posible en el tiempo o argumento definitivo, siendo el acceso principal de los varios que tiene el camposanto dando a la alameda o calle donde se ubican los restos de los próceres y lápidas de las familias más antiguas e importantes de la ciudad, como la Maestra Nicolasa, el primer historiador Manuel Dionisio González y la familia de Abreu de Estévez.


En el siglo XX continuó creciendo en esplendor constructivo se incorporan panteones como el de los Veteranos de las Guerras de Independencia, los de las diferentes logias de la ciudad, la tumba de los padres del General Gerardo Machado, presidente de la República de Cuba, el de Julio Jover Anido, una gloria santaclareña, pedagogo, meteorólogo y patriota. Para el año 1952 la población de Santa Clara aumenta, trae un grave problema de enterramientos en el único cementerio que cuenta la ciudad, debido al insuficiente espacio para nuevas sepulturas, por lo que se hace necesario ampliar en más de 20000 metros cuadrados, se acomete la modernización del mismo se amplia y se le incluye una moderna sala de autopsia de mampostería y techo monolítico, paredes con zócalo sanitario y pisos de mosaico, con todos los adelantos que la higiene exige para la época; desaparecida hace años por la desidia oficialista, transformándose en el actual edificio administrativo, y un depósito de cadáveres; En el año 1961 se le anexa una nueva parcela al extremo derecho, la que tiene gran superficie destinada a osarios, para quedar en extensión como lo conocemos actualmente.


El cementerio municipal de Santa Clara, “San Juan de Dios”, desde que se traspone su entrada, se puede apreciar desde los primeros enterramientos las distintas categorías sociales de sus habitantes, desde sus inicios fue dividido por la mitad en dos campos, el primero, entrando, se dedicó exclusivamente para la venta por el municipio de parcelas para la construcción de bóvedas o panteones y la otra mitad se dedica a campo común para sepulturas de pobres o para arrendar por cierto tiempo el terreno, en cierto sentido su evolución no es muy diferente al comportamiento del progreso urbano de Santa Clara. Aquí se entremezclan, sepulturas en tierra acompañadas generalmente por una cruz, muchas veces en estas parcelas, existen trillos de entre 20 y 40 centímetros que a apenas posibilitan el acceso a los sepulcros que se encuentran en el interior de los espacios, en ocasiones no existe acceso alguno, por esta razón las personas se ven obligadas a caminar por encima de algunas tumbas para llegar al lugar donde reposan los restos de sus familiares, los monumentos funerarios se aglomeran muchas veces invadiendo espacios que no le pertenecen, mesclados con ellas encontramos panteones de poca altura sobre el nivel del suelo cubierto con una lápida, de mármol, hormigón u otro material. Algunos tienen esculturas religiosas, podemos apreciar diferentes criptas, y capillas todos con formas diversas en consecuencia al estilo arquitectónico perteneciente, y los más actuales panteones aéreos, con diseño más contemporáneo y sobre todo muy feos.


Nuestro cementerio no está exento de historias y leyendas, en el periódico local “La publicidad” con fecha sábado 1ro de septiembre de 1923 en un artículo dedicado a Manuel García-Garófalo Morales aparece un relato titulado “La Ventana mordida” el cual cuenta:


Corría el año 1874. La insurrección estaba en su apogeo y las deportaciones y los fusilamientos. El terror y la tea estaban en competencia. En las poblaciones se vivía de Milagro.

En la parte oeste de esta ciudad, en el corazón de una sabana triste y despojada de árboles, levantase el camposanto. ¡Cuántos misterios, cuántos dramas sangrientos han presenciado sus muros allá en la alta noche, cuando la ciudad dormía ignorando cual sería su despertar…..!

Hacía poco que el sol había ocultado su rostro de fuego en palacio de occidente. La gente ociosa empezaba a discurrir por las calles y los cafés se iban llenando. Soldados y gente de guerra se veían por doquier paseando en soberbia y arrogancia.

Hacia la calle del Calvario se dirigía un grupo de personas que se va agrandando más y más frente a la fachada de arquitectura Sui géneris de la Comandancia General. ¿Qué busca aquella muchedumbre?

A pié y atados por las manos, están entre diez o doce polizontes a caballo un joven blanco casi un niño, de rostro simpático, trigueño, ojos negros y expresivos; y un mestizo también joven, de estatura hercúlea y agradable semblante. Ambos eran trabajadores de una finca próxima a la Ciudad y habían sido presos por suponérseles en convivencia con los rebeldes.

Transcurrieron las horas, y ya cerca de las nueve, bajó las escaleras del palacio del general un polizonte de rostro y alma siniestra. – En marcha dijo, - y los presos y los polizontes echaron a andar calle abajo. La muchedumbre comprendió aquella fatídica maniobra. Si algunas conciencias temblaron, si alguna alma honrada protestó, Dios solo lo sabe.

Ningún tribunal juzgó a aquellos prisioneros. Sus descargos no fueron pedidos. ¿Para qué? La guerra hace crueles a los hombres y la sangre, mientras más se vierte, más incita a la matanza.

La silenciosa escolta salió de la ciudad. En la sabana, solo se oía el susurro de la brisa y el canto monótono y desagradable de los insectos. El cielo estaba sereno, indiferente a las iniquidades de la tierra. Allá, rompiendo el horizonte alzábase una sombra lúgubre, imponente. ¡Era el Cementerio! Ante su pórtico detúvose la escolta. La noche avergonzada, acentuó más su negrura. Los pinos del sagrado recinto no silbaban, en aquellos instantes lloraban. Los quejidos del viento entre sus ramas hubieran infundido pavor en la conciencia de otros hombres. La mole de piedra debió estremecerse, si no hubiera sido constante testigo de aquella horrenda escena.

Dos polizontes ataron a los balaustres de una ventana de las que decoran el pórtico del Cementerio a los prisioneros. Un hombre, no, una fiera, desenvaino el afilado machete y se entretuvo en descargarlo impasiblemente sobre sus indefensa victimas, no juzgadas por ningún tribunal – a no ser el del odio – expiaban un delito que tal vez no habían cometido. Una de las victimas – que debió ser un hombre de valor – clavo los dientes en uno de los maderos de la ventana…. En esta mordida hay un proceso elocuente. Una despedida heroica. Una acusación eterna, que tal vez, hayan sufrido en el tribunal sereno de la conciencia aquellos hombres madera de verdugos.

Han transcurrido los años y aún en la ventana se ve la sangrienta mordida que aterra al que visita al Cementerio. Con la misma fiereza que los dientes del inocente mordieron el madero, así debe el remordimiento morder constantemente la conciencia del que cometió el horrible crimen. El tiempo que todo lo destruye ha respetado al madero de la ventana donde está la mordida de uno de los dos infelices guajiros…..


Se reseña que este escrito apareció en “La Vanguardia” de esta ciudad, con fecha 26 de noviembre de 1887, y lo firma “Juan de la Cruz”, unos de los seudónimos empleados por Manuel García-Garófalo Morales, en uno de los más sombríos periodos de la dominación española.


Hoy día nuestro Cementerio Municipal “San Juan de Dios”, se encuentra en lamentable estado de abandono en gran parte debido al descuido de las autoridades responsables de la instalación, y la falta de conciencia ciudadana, a excepción de la avenida principal que va desde el arco de entrada hasta el edificio de administración al fondo (antigua sala de autopsia desaparecida) que presenta una calzada con una amplitud aproximada de unos seis metros con aceras laterales, las otras vías pavimentadas en mal estado muestran restos de aceras que con el paso de los años fueron destruidas y nunca fueron reparadas, la cerca perimetral está dañada en muchas partes de su perímetro y en otras parece que quisiera desplomarse, muchos nichos están desprotegidos, a simple vista están restos humanos, los que pueden observarse al paso por los mismos, el sistema de abasto de agua que una vez existió para el regado de flores, césped, limpieza en general hoy se encuentra en desuso, por los mismos motivos los baños públicos no cuentan con las condiciones optimas, las áreas en general están poco atendidas, implorando a gritos por un mantenimiento preventivo, la limpieza brilla por su ausencia, en las exhumaciones al retirar los cadáveres los restos de los ataúdes quedan a la intemperie contaminando el sitio, amén de los restos de flores y todo tipo de ofrendas funerarias distribuidas por el área y restos de trabajos del sincretismo cultural de la población actual (léase brujería).


El Cementerio Municipal “San Juan de Dios” de Santa Clara, es sin dudas, un componente indiscutible de la memoria histórica, de nuestra ciudad cargado de valores patrimoniales, artísticos, históricos, ambientales y socio testimoniales que valen la pena ser conservados como testimonio de nuestro, acervo cultural pilongo, bien merece un réquiem para que sea valorado como sitio de incuestionable valor autóctono santaclareño.


GALERÍA FOTOGRAFICA


Galería de la Ciudad de Marta
Santa Clara:
Insignes

Articulos

Todo Mezclado

Logo-330 S Clara.png
bottom of page