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Un indio bandido, en Santa Clara.



Esta es la historia real de lo acontecido en la zona central de nuestra isla, allá por los inicios del siglo XIX, un bandolero que azoto la zona, un misterioso personaje al cual hace referencia, Manuel Dionisio Gonzales, en su “Memoria histórica de la villa de Santa Clara y su jurisdicción”, este singular bandolero, no tenia al parecer nombre ni apellido, los villanos y así lo recoge la historia de nuestro terruño lo denominaron “El Indio bandido”, un malvado salteador de caminos y violento criminal al cual se le endilgan los más horrendos crímenes y que operaba en Puerto Príncipe, Santa Clara, San Juan de los Remedios y Sancti Spiritus.


En la jurisdicción de Puerto Príncipe encontramos igualmente referencias del mismo, solo que allí lo denominaban "Indio bravo", y aunque se listan un singular número de hechos delictivos se le da un tratamiento más suave diferenciándolo además de otros bandidos, al tratarlo no como un simple ladrón de fincas y sacrificador de ganado, no como un salteador de caminos, con el trabuco terciado, listo para despojar de sus cuartos a algún opulento hacendado que se cruzara en su camino, sino que se le describe como a un rebelde solitario, por esta romántica condición se asocia décadas después, con el enfrentamiento de los patriotas contra la metrópoli española, de ahí que el periódico clandestino que un grupo de jóvenes, encabezados por Raúl Acosta León, fundara en Puerto Príncipe en 1893, preparándose para la nueva etapa de lucha independentista, tuviera por nombre El Indio Bravo.


De una forma u otra estos son los hechos tal y como aparecen narrados en ambas jurisdicciones. Corría el año 1803, cuando una circunstancia, al parecer insignificante, vino á intranquilizar una parte de nuestro territorio rural, donde la presencia del bandido llegó á ser el terror de sus habitantes. Era un indio, armado de flechas y lanza, tenía una destreza especial en el uso de las mismas, se le suponía dotado de fuerza excepcional y crueldad primitiva, que perseguido en la parte occidental por la perversidad de sus hechos, había logrado burlarse allí dé la persecución de las autoridades, trasladándose a las comarcas del centro, de boca en boca comenzaron a correr los rumores más extraños: se decía que era un legítimo indio, descendiente de aquellos aborígenes que Vasco Porcayo y otros conquistadores exterminaron a fuerza de trabajos y malos tratos, recorría en sus peripecias nuestra jurisdicción como la vecina de Puerto Príncipe, así como la de San Juan de los Remedios, y Sancti Spiritus, cuyos territorios eligió para teatro de sus nuevos crímenes.


La primera vez que se le vio fue muy cerca de nuestra villa, hacia el rumbo del Escambray y Pelomalo; dícese que se guarecía en las serranías próximas al pueblo, salía de ellas á sus excursiones, viéndosele ya por la Escondida, ya por la Torre, unas veces en las sabanas del propio Escambray y otras hasta en el Revacadero. Se alimentaba solo con lenguas de ganado vacuno, y por lo mismo, los dueños de haciendas ó sus monteros encontraban á cada paso una res muerta de las que él mataba muy a menudo, puesto que no utilizaba otra cosa que fuera aquella parte para alimentarse, siempre andaba á pié, en muy pocas ocasiones usaba camisa y pantalones, se le veía por lo regular sin sombrero y desnudo, trayendo solo, envuelto en el cuerpo, un lienzo que cubría sus partes intimas. Aparentaba tener unos cuarenta años de edad, y como se hizo práctico y conocedor del terreno, llegado á infundir, con sus excesos, gran temor á los habitantes, principalmente á aquellos que vivían en el retiro de los campos, los que esquivaban su persecución, contribuyendo con ello que cada día fuera más audaz y temerario al cometer sus fechorías, dada la impunidad con que se movía.


Entre otros hechos que cometió, figura ocurrido en la hacienda de Pedro Barba, donde asaltó y robó la casa de D. José Manuel del Portal, estando sola su esposa con algunos niños, llevándose consigo a dos de sus hijas, Luciana de Jesús de siete años y María Inés de seis, asesinó a la primera al siguiente día en las márgenes del rio Caunao, donde la dejó abandonada, porque le había parecido fea, según le dijo, retirándose con la otra, a quien le dijo que la iba á conservar como mejor parecida, y de la cual no tuvieron más noticias sus infortunados padres. Posteriormente añadió un nuevo delito a su catálogo de crímenes, con el hecho sangriento que ejecutó en la Torre, dando muerte en su casa a Catalina Velis, he hiriendo gravemente a María Caridad de León, cuando el esposo de la primera Francisco González, hallábase ausente de su casa, por estos lamentables hechos las autoridades habían perseguido al malhechor, pero siempre la persecución fue ineficaz para su captura, se dispuso que se aprendiera vivo ó muerto, y los hacendados reunieron fondos para pagar cuadrillas de hombres armados que lo persiguieran, y dar un premio al que lograra su captura, el Ayuntamiento prometió gratificar con 500 pesos, cifra elevadísima en esa época a quien capturara al bandido. Pero había pocas esperanzas, en noviembre de ese año, en las Actas Capitulares del Cabildo se alude a la necesidad de "evitar los graves perjuicios que según es notorio está infiriendo al público en las haciendas del norte de esta jurisdicción un indio o guachinango que con arrojo e insolencia asalta los animales, los mata, y causa otros estragos de consideración". Por esos días se dice que el delincuente asesinó a un negro esclavo perteneciente a Antonio Lastre.


Pronto los rumores subieron de tono, se comentaba que el asaltador era un caníbal y que se robaba los niños para alimentarse con ellos o simplemente para devorar su corazón y beber su sangre. Muchos que en las peñas y tertulias presumían de valientes no se sentían ya seguros para recorrer el camino hasta sus fincas. En la ciudad las mujeres recogían a los niños antes del oscurecer y las trancas y pestillos parecían pocos para protegerse del fantasmal bandolero. Comenzaron a decaer las visitas y fiestas y según los viejos, aún los festejos del San Juan comenzaron a suspenderse pues no estaba el ánimo para diversiones. Los intentos para capturar al bandido parecían vanos, fuera que este resultara muy hábil para eludir a quienes les buscaban o bien que quienes decían hacerlo no ponían demasiado empeño en propiciar tal encuentro, tan sobrenaturales eran la fuerza y perversidad que atribuían al personaje.


En Pelomalo trataron una vez de arrestarlo, los vecinos, Juan Gregorio, Norberto y Juan. Manuel Cárdenas, al sorprenderlo una mañana casi en su misma guarida, pero logró escaparse, internándose en los bosques y dejando en su carrera algunos objetos, entre los cuales se encontraron seis saetas ó flechas, ocho varas pequeñas para, encajarlas, una tabla en que aparecían varias rayas, hechas con piedra blanca, además en la misma figuraba los pies y manos de un niño; dos pedazos de resina muy olorosa y un envoltorio pequeño con polvos de tabaco. La Real Audiencia instaurada en 1800 en la cabecera del territorio, á cuyo conocimiento, como era regular, llegó la malhadada historia del bandido siboney, se empeñó en libertar el distrito de un hombre tan perjudicial, y convencida de sus hechos, mandó pregonarlo por bandos, ordenando que se le capturara vivo ó muerto. Con esas mismas pretensiones había acudido á ella por medio de queja un vecino de Remedios, cuya familia fue quizá la que mas desgracias sufriera, le confirió la encomienda de llevar a cabo la tarea, a los efecto de lo cual, aquel superior tribunal, emitió un bando que reproduzco aquí no solo porque en él se revela la perpetración de nuevos delitos, sino para que se vea el concepto que formó de ese hombre, que algunas personas sencillas llegaron á considerar como un ente maléfico que las perseguía.


He aquí los términos en que está concebido dicho documento. "Nosotros el Presidente, Regente y Oidores da esta Real Audiencia. Por cuanto se ha presentado Francisco Borges Portal, vecino de la villa de S. Juan de los Remedios, y se ha quejado á esta Real Audiencia de que habiendo salido de aquella villa en pos y seguimiento del indio bandido que le robó su nieta, niña de nueve años, matándole su padre, hiriendo á su madre, hija del querellante, incendiándole su casa y haciéndole otros estragos en una sobrina, ha pasado por diversas haciendas pidiendo sustento, hospedaje y auxilios, que contra toda humanidad se le han negado hasta por el mismo alcalde dé la Hermandad D. N. Quintero de la villa de Santo Espíritu, debíamos mandar y mandamos á todos los estantes y habitantes de las haciendas del distrito y tránsito, especialmente los dueños y mayorales, le auxilien, hospeden y presten el diario y preciso alimento para su subsistencia, por refundirse en beneficio público su destino de aprender a un enemigo común del género humano, más fiero y dañino que los tigres, osos y leones, y apercibimos á todas las justicias ordinarias de la Hermandad ó pedáneos, capitanes y tenientes de partido le acompañen y presten el auxilio y mano fuerte que les pidiere, so pena de la nuestra merced y las demás que por derecho correspondan, si por su descuido y negligencia ó faltas de auxilios se frustrare la aprensión de este facineroso, y por el contrario gratificaremos del modo anunciado en el bando público a los que contribuyeren á la aprensión de dicho facineroso vivo ó muerto, y tendremos muy presente este servicio para recomendarlo á S. M, y por este que proveímos en la villa del Puerto del Príncipe á diez y nueve días del mes de Noviembre de mil ocho cientos tres años, así lo mandamos y rubricamos, refrendado por nuestro escribano de Cámara, para que haga fe y nadie pueda alegar escusa ni ignorancia, luego que con él sea requerido, poniéndose testimonio en el expediente.


En mayo de 1804, Juan de Dios Betancourt Agüero, miembro del Cabildo, somete a éste un proyecto para la captura del criminal que operaba por entonces entre el Camino Real de Nuevitas y la zona de Magarabomba, allí hace alusión al secuestro de una niña que pudo ser rescatada de inmediato, pero sin aprehender al autor de las fechorías. En junio de 1804, el bandido secuestró al niño José María Álvarez González, hijo de un vecino principal de la Villa de puerto Príncipe, posiblemente para reclamar un rescate, pero todos dijeron que era para devorarlo... y esto, unido a la fuerte recompensa, sirvió para apresurar la persecución del criminal. Éste fue atrapado y muerto el 11 de junio de ese año por vecinos de la finca Cabeza de vaca, llamados Don Serapio de Céspedes y Don Agustín Arias. Se ha dicho que fue un esclavo de éste último quien en realidad dio muerte al delincuente, pero que por su condición no tuvo parte en la recompensa pecuniaria, a pesar de la intervención a su favor del Alcalde ordinario Santiago Hernández, ironías de la época.


Según la usanza, el cadáver del indio llegó a la Villa en medio de la noche, pero las campanas fueron echadas al vuelo y de inmediato comenzaron espontáneamente las fiestas del San Juan, suspendidas desde hacía años, el hecho no fue fácilmente olvidado, nadie supo jamás cuál era el nombre real del Indio, ni de donde procedía, la noticia de su eliminación física, devolvió la tranquilidad a las comarcas centrales, donde había dejado tan funestas huellas.




Referencias:


MEMORIA HISTÓRICA DE LA VILLA DE SANTA CLARA, Autor: Manuel Dionisio González, Capitulo XIV pág. 205, Imprenta del Siglo 1858. Santa Clara.


Indios foráneos en Cuba a principios del siglo XIX: Historia de un Suceso en el Contexto de la Movilidad Poblacional y la Geoestratégica del Imperio Español, Autores: Antonio Santamaría García y Sigfrido Vázquez. Pág. 26


Leyenda e Historia en Puerto Príncipe, Autor: Roberto Méndez Martínez, Revista SIGNOS No 69. Julio-diciembre de 2014. pág. 108


EL INDIO BRAVO, Autor: Roberto Méndez Martínez, El portal Cultural Príncipe. Tomado de Internet. http://www.pprincipe.cult.cu/leytrad/el-indio-bravo.htm


INDIO BRAVO, Portal digital ECURED. Tomado de Internet. http://www.ecured.cu/Indio_Bravo

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