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“El fraile, ó el Copey apedreado”.



Uno de los más representativos edificios del centro histórico de nuestra ciudad lo constituye sin duda alguna el “Teatro La Caridad” que está construido sobre el espacio que antes ocupaba “La Ermita de la Candelaria”, el primer templo que ostentó la villa de Santa Clara, posteriormente convertido en cuartel y más tarde en oficina de telégrafos antes de dar paso a la joya arquitectónica que hoy se yergue allí para orgullo pilongo, nos referiremos a una leyenda urbana sobre una trágica historia de amor, originada en estos predios en los tiempos en que existía la “Ermita de la Candelaria”, que con el paso de los años la niebla del tiempo ha borrado de la memoria de los moradores del terruño villaclareño pero que en su época fue un hecho relevante para los habitantes de la villa.


En tiempos en que existía la Ermita de la Candelaria, en la primera mitad del siglo XVI el lugar fue convertido en hospicio, a raíz de lo cual el Padre Conyedo, hizo venir dos frailes franciscanos para poder cumplir con ese ministerio, pero el hospicio requería una mayor fuerza de religiosos para mantenerlo en condiciones y considerando esta necesidad, surgió la idea de convertir la ermita en convento; Autorizados por la orden de los fundadores para la conversión, llegaron a estas tierras un grupo de monjes, entre los que había un fraile joven y bien parecido, del cual, el pasar de los años ha borrado su presencia, pues el tiempo borra toda coincidencia, lo que nos deja sin saber a ciencia cierta su nombre.


De él solo sabemos por la pluma del historiador que allí en las lóbregas sombras de sus pasillos y celdas transcurría la vida del joven eclesiástico, día tras día en monótona sucesión; Tengamos en cuenta las pequeñas dimensiones del sitio, compuesto de una nave que tenía aproximadamente dieciséis metros de largo, por ocho metros de ancho, con un campanario adosado, que estaba formado por cuatro horcones de jiquí, de una altura considerable, un claus­tro mínimo, ciertos espacios para la vida comunitaria, las celdas de los frailes, y la iglesia aledaña con su sacristía, donde los siervos de Dios desempeñaban sus funciones parroquiales.


La ermita era visitada casi diariamente por una agraciada joven parroquiana, que enseguida se prendó del apuesto fraile y al parecer, este no era ajeno a dicho sentimiento, comenzaron encuentros casuales a diario, miradas indiscretas en los oficios, conversaciones a hurtadillas, originando así las murmuraciones de las comadres del villorrio y cuando aquello ya iba a convertirse en piedra angular de un escándalo monumental, provocado por la conducta de los dos jóvenes, el superior de la orden llamó a capítulo al joven fraile y le impuso con severidad la disciplina correspondiente.


El joven y enamorado fraile, se sometió en silencio a la amonestación, pero el sufrimiento que le provocaba el no poder ver más a su amada bullía en su interior, al día siguiente se dirigió a bañarse a un arroyo próximo donde era habitual que se bañaran los religiosos, se quitó la sotana y se lanzó al agua un buen rato, una vez limpio se vistió y con el propio cordón de San Francisco que llevaba su hábito se ahorcó en un cercano y copioso árbol de Copey.


Cuenta la leyenda que en horas de la noche debajo del Copey aparecía el fantasma del fraile infeliz, esto pudiera ser cierto o no, pero los asustados y temerosos pobladores de la villa aconsejan tirarle piedras al Copey para evitar la visión de la tragedia, previniendo así que un maleficio similar se abatiera sobre ellos, adquiriéndose así la costumbre de que todo el que pasaba por allí tomaba una piedra y la lanzara contra el Copey para alejar a la grotesca aparición.


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