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JUAN VIÑAS Y EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE SANTA CLARA.



Santa Clara de Asís, es desde finales del siglo XVII la Santa Patrona de nuestra ciudad, su fiesta se celebra los 11 de agosto; Durante muchos años la fiesta a Santa Clara se realizó el día 12 y no el 11 de agosto. No es hasta 1965 por decisión del Papa Pablo VI cuando fue reordenada la fecha y comenzó a festejarse el día de su muerte; 11 de agosto de 1253, la celebración en nuestra ciudad se ha mantenido el 12 de agosto como parte de una costumbre con la tradicional “Verbena de la Calle Gloria”, una festividad que se celebra desde el siglo XVII y que se viene celebrando desde 1689.


En la actualidad la celebración está alejada de su origen religioso y convertida en una de las llamadas fiestas populares, en ellas los festejos más antiguos de nuestro terruño se mezclan con otras propuestas de las nuevas generaciones, pues al decir de funcionarios de la Asamblea Provincial del Poder Popular en Villa Clara que, además de la Verbena, en esta fecha se festeja el Día Internacional de la Juventud, despejándola así de todo matiz religioso.


Por eso hoy en su honor les traigo aquí un relato sobre un milagro que tuvo lugar un día 12 de agosto de 1848, durante las fiestas en alabanza de la Patrona de la ciudad.".... sobre una imagen de la Virgen de Santa Clara de Asís que se encontraba en la desaparecida Parroquial Mayor de nuestra ciudad, y la leyenda sobre uno de sus milagros. Así lo relata en el libro "Leyendas y Tradiciones Villaclareñas", el Dr Manuel García Garofalo Mesa, uno de los grandes intelectuales nacidos en esta ciudad de Santa Clara, quien alcanzara el grado de coronel en el Ejército Libertador, un hombre sabio que puso todo su inmenso saber y patriotismo a la causa de Cuba y en especial a la de su ciudad natal, como allí lo cuenta se los cuento disfrútenlo.



IV

EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE SANTA CLARA


“Cree tío consuela y fructifica.”



Las campanas desde lo alto de su sitial derramaban sobre la ciudad cánticos de alegrías, anunciadora de fiestas en loor de la Patrona de la ciudad.


La ciudad engalanada con tapices y colgaduras, presentaba un encantador aspecto, no había tristezas, ni duelos, y el sol, inmensa lámpara alumbraba aquella escena y la brisa traía el perfume de los cercanos montes, y las campanas reían, reían alegremente.


La Iglesia Parroquial lucia sus ricas y viejas galas de tiempos que pasaron, y en el presbiterio, alumbrada por cirios que parecían estrellas, y entre flores y ramos destacábase la Imagen de Santa Clara, con su casulla de preciosas piedras esmeraldinas, y presentando su custodia de oro viejo, y apoyada en su báculo…


Alrededor de la Imagen, unas cuantas mujeres piadosas y un sacerdote rezaban el rosario, mientras una inmensa concurrencia invadía la Iglesia. Sonó el órgano y el coro entonó sus himnos. Los acólitos en el presbiterio con los ciriales encaminábanse a la calle, con la Cruz en lo alto, la concurrencia formando dos filas apartándose en el centro, mientras afuera todo un pueblo esperaba a la procesión. Sonaron las distintas bandas de músicas, voltearon las campanas y el humo del incienso perfumaba con su aroma mística, el ambiente. En hombros de mujeres y hombres, en anda cubierta de flores y de tapices, salía de la Iglesia la Imagen de Santa Clara.


Era el día 12 de Agosto del año del señor de 1848.


Alegres las campanas repicaban, y la procesión recorría las principales calles de la ciudad. En su marcha, de todas las casas caían las flores, tiradas por manos piadosas, de creyentes, como lluvia de pétalos, sobre la Imagen, y gasas azules y blancas, cruzaban el firmamento de los cielos. Era de noche. Cirios y antorchas iluminaban el camino. Penetraba la procesión en el templo y el órgano vibró gravemente.


En el centro de la Iglesia, echado en la tarima del altar de San José, un hombre paralítico, que andaba arrastrándose, con sus miserias y con sus muletas, invocando a la Santa Imagen de Santa Clara, con la convicción íntima de fervorosa fe cristiana. Era un jornalero. De tez bronceada, ojos pardos, crecida barba, impreso en su rostro la miseria y las necesidades del hambriento, su cabeza encanecida por la lenta agonía de una prolongada desesperación terrible, de un mártir de las angustias… Aquel símbolo del dolor invocaba a la Virgen de Santa Clara, que en ese instante pasaba junto al mísero paralítico. Sonó un grito, desesperado, arrancado del alma… un estremecimiento conmovió a todos los fieles y un ruido de unas muletas que caían, sonó secamente, como dos palillos que se cruzan…


El paralítico, en pie caminaba y rezaba, su rostro parecía iluminado y arrancaba lágrimas en algunos creyentes…!


Fue por muchos años un hombre fuerte, y sano, en el cual la Virgen de Santa Clara realizó el milagro de su cura y pudo el hombre ganarse en la lucha diaria del trabajo el pan nuestro de cada día.


Este hecho, del cual fue testigo todo el pueblo congregado en la Iglesia, ha dejado el recuerdo que al través de los años se transmite de generación en generación y el nombre de Juan Viñas – el paralítico curado por milagro de la Virgen – no se borrará fácilmente de la memoria de aquellos que saben recordar con fervorosa fe de creyente el Milagro de la Virgen de Santa Clara.

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