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José Ramón Leocadio Bonachea Hernández: El hombre de Hornos de Cal.



Uno de nuestros ilustres patriotas santaclareños es Ramón Leocadio Bonachea, protagonista de la Protesta del Jarao o de Hornos de Cal, contra el Pacto del Zanjón, nace el 9 de diciembre de 1845 en el seno de una familia de clase media, sus padres Juan Camilo Bonachea descendiente, de un joven vasco que llegó a la villa a principios del siglo XVIII como recaudador de diezmos para la Iglesia, y Gertrudis Hernández Godines una joven perteneciente a una de las más antiguas familias de la villa, bautizado el primero de junio de 1846 en la Iglesia Mayor de esta ciudad.

Su niñez transcurrió por una serie de hechos traumáticos, huérfano de madre cuando constaba apenas dos años fue criado por las tías abuelas paternas, conocidas como “beatas Bonachea” que vivían en una espaciosa casa, con cuatro ventanas enrejadas que daban a la calle Carmen, el padre volvió a casarse, emparentado con esta unión con Ramón Pinto, un catalán rebelde que lo indujo a conspirar contra el gobierno español de la isla, descubierto en 1854 fue apresado y deportado a Cádiz, donde murió, en 1876, sin volver a ver nunca más a su hijo y a la patria obligatoriamente abandonada.


Crecer entre con sus tías, austeras, venerables y profundamente católicas va tallando las limpias aristas del espíritu del niño y nos explican el profundo sentimiento religioso del prócer y que se revela en los múltiples instantes de su comprometida vida, José Ramón bajo la tutela de sus tías realiza sus primeros estudios, es muy probable que su primera maestra haya sido Nicolasa Pedraza y Bonachea así como también fue alumno de Miguel Gerónimo Gutiérrez, uno de los más afamados profesores de la villa y quien, en 1869, encabezara el levantamiento de los villareños, dos maestros de ideas avanzadas de la época.


Con 18 años Ramón Leocadio es un joven de singular prestancia, estatura regular, cutis blanco, sonrosado, pelo castaño claro, ojos azules, a través de cuyas pupilas asoma su carácter retador e indomable, por un incidente con militares españoles destacados en la villa, es enviado a casa de un amigo el abogado Don Manuel Antonio Palacios, que ejercía como abogado en Puerto Príncipe, y en cuyo bufete, esperaba Juan Camilo, que Ramón Leocadio adquiriera la práctica necesaria para estudiar la carrera de Derecho, en aquel lugar el ambiente parecía más calmado, y sin embargo era un hervidero de separatistas, allí se inició en la masonería en la logia Tínima, junto a Ignacio Agramonte, en la cual el Venerable Maestro era Salvador Cisneros Betancourt, siendo joven como era, pronto se identifica con lo mejor de la juventud camagüeyana, participando tanto de las excursiones, veladas y bailes, así como de su entusiasmo por todo lo que significara un destino mejor para la Patria, toma parte en las reuniones de la Junta Revolucionaria Camagüeyana, hasta la incorporación al Ejercito Libertador, participando en el levantamiento armado de los camagüeyanos el 4 de noviembre de 1868, con apenas 19 años.


Incorporado a las tropas de Camagüey, sus actividades militares más significativas, las desarrolló entre los pueblos Morón y Ciego de Ávila, además de la parte oriental de la provincia Las Villas, sirvió a las órdenes directas de Ignacio Agramonte. Miembro de la escolta de El Mayor participó en el famoso rescate de Sanguily y resultó ligeramente herido en la batalla de Las Guásimas, la más grande de la Guerra de los Diez Años. Pronto alcanzó altos grados en el Ejército Libertador, y sobresalió por su aguda inteligencia y pensamiento revolucionario, recibe el grado de Teniente en reconocimiento a su trabajo en la etapa de preparación del pronunciamiento y por la actitud mostrada en el ataque a Guáimaro, bajo el mando de Augusto Arango, con quien combatió también en Ceja de Bonilla, con este rango participó en el ataque a Puerto Príncipe, dirigido por el Mayor Ignacio Agramonte. Después de la muerte de este, se puso a las órdenes de Máximo Gómez, para llevar la guerra a occidente, al fracasar esta, volvió a Camagüey y peleó en “El Naranjo”, “Chambas”, “Jatibonico” y “Marroquín”.


En comisión de servicio, en territorio espirituano, cruza la trocha de Júcaro a Morón en 11 ocasiones demostrando que, a su valor personal se unía la audacia y una tremenda capacidad de mando. En 1875, contrae matrimonio con Victoria Sarduy y Pérez, madre de sus cuatro hijos, ella apenas ha cumplido los 19 y ha vivido todos los años de la guerra en la manigua, este matrimonio se efectuara según las leyes de la República en Armas, es legalizado por el prefecto de Santa Cruz, Rafael Córdova, en febrero de 1878 Ramón Leocadio Bonachea, quien desde 1869 era comandante, pudo alcanzar, a pesar de sus muchas acciones militares, los grados de Teniente Coronel del Ejército Libertador.

Al producirse el vergonzoso Pacto del Zanjón, el 10 de febrero de 1878 y dar por concluida la guerra, el ge­neral Antonio Maceo protagoniza la valiente e histórica Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878, al rechazar re­sueltamente el Pacto del Zanjón, es necesario destacar la im­portancia y trascendencia que tuvo y aún tiene este hecho histórico, sin embargo, no sería justo ignorar y dejar de reconocer en toda su dimensión la digna y valiente actitud asumida en Las Vi­llas tras los acuerdos del Zanjón por el entonces teniente co­ronel Ramón Leocadio Bonachea que no entregó las armas, ni lo firmó, no aceptó más paz que ver a su patria libre de la ignominia española, y continuó su lucha por Remedios, Sancti Spíritus, Trinidad, Ciego de Ávila y Morón combatiendo con su heroico destacamento y fue perseguido y acosado por más de 20 000 soldados españoles durante 13 meses más, fue el último combatiente de la “Guerra de los Diez Años”, y la convirtió en La Guerra de los Once Años, sin aceptar la tregua porque los objetivos fundamentales de aquella larga lucha no se habían conseguido aún: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. Ramón sabía que la guerra había terminado oficialmente, pero él quería seguir adelante aunque fuera solo en alma si fuera necesario, por eso fue, junto a un centenar de cubanos, el único oficial que no capituló.


Obligado por las adversas circunstancias y siguiendo el consejo del general Serafín Sánchez y otros patriotas que temían su asesinato, a pesar de su voluntad de hierro, llegó el momento que no le quedó otra alternativa que deponer las armas mediante la prácticamente ignorada Protesta de Hornos de Cal, el 15 de abril de 1879, cerca del poblado de Jarao, Sancti Spí­ritus, con dicha Pro­testa , muy poco divulgada hoy, manifestó su oposición decidida al Pacto del Zanjón y su firme disposición, a seguir la lucha en otra oportunidad hasta alcanzar la total independencia de la Isla, en el texto de dicha protesta expresa que al “…retirarse obedece solamente al deseo de no interrumpir la reconstrucción del país sin beneficio alguno para la causa de la independencia, bajo la inteligencia de que de ninguna manera ha capitulado con el gobierno español ni con sus autoridades ni agentes, ni se ha acogido al convenio celebrado en el Zanjón ni con éste se haya conforme bajo ningún concepto”, Junto a Bonachea firman el documento un grupo significativo de jefes militares, entre los que se destacaban Juan Bautista Spotorno y Serafín Sánchez.


El 10 de noviembre de 1878, el general Calixto García, en su condición de presidente del Club Revolucionario de Nueva York, lo ascendió a general de brigada por los méritos en los servicios prestados a la independencia, pero el mismo no sería del conocimiento de Bonachea hasta unos pocos días antes que abordara el Don Juan de Austria, camino del exilio, rumbo a Jamaica, donde se mantuvo activo a favor de la independencia de Cuba, Mantuvo estrecha correspondencia con Gómez y Maceo e inició intercambio epistolar con el joven José Martí, cuya actuación comenzaba a ser reconocida dentro de la emigración cubana en los Estados Unidos.


La labor conspirativa y proselitista del santaclareño resultó intensa. Cada uno de sus pasos fue seguido por los espías españoles, que no le perdían pie ni pisada, reclutó hombres y preparó una expedición. Esta fue desaprobada por Antonio Maceo y José Martí, quienes consideraban, que las posibilidades de éxito eran nulas, aun así, las ansias de libertad para su tierra le corroía el espíritu a Bonachea, no pudiendo esperar mucho más, y en 1884 regresó a Jamaica y desde allí preparó su expedición a Cuba, convencido de que existían condiciones para reiniciar la lucha. En noviembre dio por terminados los preparativos, y el 29 del propio mes salió con 14 cubanos más de Montego Bay, Jamaica en el barco Roncador hacia la anhelada Patria. La expedición tenía como objetivo desembarcar por el centro de la Isla, por Palo Alto, entre Júcaro y el río Jatibonico, en el extremo occidental de Camagüey. Lamentablemente, cada uno de sus pasos los conocía el Cónsul español en Jamaica, quien de inmediato informó de su salida.


El 2 de diciembre de 1884 llegó Bonachea a Bélic, frente al bajo de la Playa Las Coloradas, el día 3 de diciembre cuando se encontraban localizando el lugar apropiado para el desembarco, fueron sorprendidos por el buque español La Caridad, una de las naves que las autoridades españolas habían lanzado en su búsqueda, después de verse obligados a lanzar el armamento y demás pertrechos al mar, fueron apresados los 15 tripulantes, trasladados a Manzanillo y luego a Santiago de Cuba. Sometidos a un consejo de guerra español que sesiona durante dos días el 11 y 12 de febrero de 1885. La acusación: rebelión y filibusterismo, son condenados a muerte por fusilamiento Bonachea y cuatro de sus compañeros. Horas antes de morir, el 6 de marzo de 1885, José Ramón Leocadio Bonachea Hernández escribió su última carta, publicada 15 días después en el periódico independentista El Yara, de Cayo Hueso. A sus amigos y hermanos del exilio les pidió se ocuparan de su esposa e hijos: “Yo muero tranquilo, con respecto al pan que necesitan mi señora y mis cuatro niños. Amigos caros, no olviden mi última recomendación, no olviden a esos pedazos de mi corazón, que quedan a cargo de ustedes.”


La sentencia fue ejecutada el 7 de marzo de 1885, en los fosos del castillo del Morro de Santiago de Cuba, de este sombrío modo troncharon, aquella mañana, los fusiles infames al patriota indomable, contaba al morir solo 39 años, cuando se menciona el nombre de este gran patriota cubano, portador de la más pura estirpe villareña, debemos hacer una reverencia ante su audacia y su heroísmo sin igual. Él es uno de esos insignes hombres que debía de ponerse en un pedestal por su tenacidad guerrera, dignidad y patriotismo.

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