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Marta Abreu de Estévez, la benefactora de Santa Clara



La primera y más ilustre de los hijos de Santa Clara sin lugar a dudas lo debe ocupar la excelsa matrona, Marta de los Angeles Abreu y Arencibia, quien nació en Santa Clara, el 13 de Noviembre de 1845, en el seno de una opulenta y acaudalada familia, sus padres fueron Pedro Nolasco González Abreu, funcionario español, y Rosalía Justiniana Arencibia. Su primera enseñanza estuvo a cargo de Josefa Basabe, y pasó después al instituto para niñas que inaugurara en 1858 la maestra Coleta de Fuentes. Otro de sus preceptores fue Eduardo Rodríguez Veitía, encargado de enseñarle idioma inglés, muy joven viajó Marta Abreu por los Estados Unidos del Norte y Europa, donde conoció a plenitud las bondades del progreso y de la libertad de que carecían sus hermanos los cubanos.


Contrajo matrimonio con don Luis Estévez y Romero, abogado, publicista y catedrático de la Universidad de la Habana, quien en todo momento la secundó admirablemente en sus empeños de practicar la caridad a manos llenas y de lograr una patria libre y soberana; Es prácticamente imposible exaltar de verbo oral o escrito, cuánto dejó para la reminiscencia histórica de Santa Clara el sesgo apasionado de esta ejemplar villaclareña, cuya luminosidad espiritual ejemplariza con resplandores de gloria las altas virtudes de la mujer cubana, mujer de exquisita bondad, nobleza y de abnegación.


Fueron muchísimos los beneficios que aportó a los santaclareños esta excelsa señora, la prócer dama fue, una de las precursoras del Servicio Social en nuestra isla. Amó con profunda intensidad a su ciudad natal y en ella dejó imperecederas obras en beneficio creciente de las capas más desposeídas de la sociedad, haciendo donaciones de dinero y objetos de carácter artístico u ornamental; Construyo el teatro La Caridad que ha vivido en tres siglos y que devino en emblema de la villa, cuyas ganancias contribuían al sostenimiento del Asilo de Ancianos que también fundara, instituyó el Asilo San Vicente de Paúl para él alojamiento de pobres sin albergue. Fundó la escuela “El Gran Cervantes”, donde recibieron educación e instrucción los niños negros, tan maltratados injustamente en aquella época por el gobierno, en su empeño inicuo de mantener la esclavitud, contribuyo a la construcción del cuartel para el Cuerpo de Bomberos.


Estableció, dotándola de material científico, la Estación Meteorológica de Santa Clara con la más moderna tecnología para aquella época, en el que trabajaría el sabio local Julio Jover y Anido; Donó la casa y el instrumental necesario para el establecimiento del dispensario “El Amparo”, negándose con extraordinaria modestia a que llevara su nombre, como era el deseo de los doctores Rafael Tristá y Eugenio Cuesta. En unión de sus hermanas Resa y Resalía, fundó las escuelas de “San Pedro Nolasco” pero poco después resultó necesario ampliar la matrícula del plantel, a cuyo efecto las hermanas Abreu aumentaron la suma inicial aportada por el legado del padre y “Santa Rosalía”, entregada al cuidado y dirección de la Congregación de Monjas Hermanas del Amor de Dios. Estas escuelas recibieron los nombres de sus progenitores bien amados en toda la región por sus virtudes cristianas y su probada generosidad, ambos establecimientos fueron equipados y dotados de todo lo necesario, tanto en mobiliario como en materiales escolares y claustro, al mismo tiempo creó un asilo de pobres, bajo la advocación de San Pedro y Santa Rosalía el establecimiento se sostenía con el producto de los alquileres de dos casas de su propiedad, En su afán de divulgar la enseñanza, tan atrasada entonces en toda la nación, fundó otro nuevo plantel que denominó “Escuela de Buen Viaje”.


Financió con el dinero necesario la construcción de un puente y arreglo del camino sobre el arroyo “El Minero” que posibilitaba el acceso a Santa Clara desde el camino del Cayo (Remedios) en época de lluvias, también reconstruyó los hospitales San Juan de Dios y San Lázaro, además de dotarlos de camas, ropas y medicamentos, como prueba de la preocupación de la Benefactora por salvaguardar la memoria histórica y rendir culto a quienes lo merecían, contribuyo a develar el obelisco en recordación a los sacerdotes Juan de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza, en la Plaza Central de Santa Clara (hoy Parque Vidal). Compadecida de las mujeres pobres que lavaban las ropas ajenas y propias a la intemperie en las márgenes de los ríos, estableció cuatro Lavaderos Públicos con plenas comodidades, en los ríos Bélico y Cubanicay, cuyos modelos tomó en uno de sus viajes a Suiza en compañía de Carlos de la Torre, el gran naturalista y también el preceptor de su hijo Pedro Nolasco, en aquella época fueron una idea impresionante. Cada lavadero tenía una bomba de agua, para que las mujeres no tuvieran que ir al río a abastecerse. Los portales anchos permitían colgar la ropa debajo de ellos en los días nublados. Allí podían llevar a sus niños y dejarlos jugando, por casi 40 años se utilizaron estas instalaciones. Después, el hijo de Marta los donó para construir aulas para niños.


Al desaparecer prematuramente en un incendio La Estación de de ferrocarril de la villa, una estructura de madera y tejas, en su lugar se construyó un segundo edificio, un tiempo después Marta Abreu de Estévez costea la construcción de una nueva estructura más sólida para favorecer la permanencia de los viajeros, adicionado a la antigua terminal que habilitaba los trenes en tránsito, por esta época se terminaba la construcción de la planta eléctrica que permitió a Santa Clara beneficiarse de la electricidad mucho antes que otras capitales de la isla.


Gracias al aporte de la benefactora, Santa Clara se convirtió así en la quinta ciudad del país en tener alumbrado eléctrico, Marta pagó esa obra. Contrató los servicios de una compañía francesa, apartó así para siempre las tinieblas que envolvían a su amada comarca, dotándola de una planta eléctrica para el servicio del alumbrado público, y para ampliar el progreso de Villa Clara, estableció una fábrica de gas, la inauguración del sistema de alumbrado público constituyó una de las fiestas más hermosas que se celebraron en la villa, ese día ella vino a la ciudad. Por dondequiera habían carteles que decían: “Marta, Santa Clara te quiere”, “Marta, la gran santaclareña”, “Bienvenida, Marta”, en la Plaza Mayor se levanto una torre de madera, réplica de la Torre Eiffel que tenía 28 metros de altura y estaba cubierta de luces.


Pero el alumbrado público le trajo problemas con las autoridades españolas pues ya había comenzado la Guerra de Independencia, y el Gobierno español entendió que el alumbrado público era una obra impulsada por Luis Estévez, el esposo de Marta, para fomentar la rebeldía en el centro del país, ellos tuvieron que marchar al exilio, Marta, al saber que tenían que dejar el país, donó la nueva planta eléctrica al Ayuntamiento. Así los obligó a perfeccionar el sistema, además de responsabilizarlos con su buen funcionamiento.


Además, contribuyó monetaria y moralmente a la causa de la Revolución por la independencia de Cuba, al punto de que llegó a decir: “Mi última peseta es para la revolución, y si hace falta más, y se me acaba mi dinero, venderé mis propiedades, y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta, y si fuera poco, nos iríamos nosotros a pedir limosna para ello, y viviríamos felices porque lo haríamos por la libertad de Cuba.” El Generalísimo Máximo Gómez dijo de ella: “Si se sometiera a la deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento”.


Durante su estancia en Europa mantuvo contactos con el agente de la Delegación Plenipotenciaria de la República de Cuba en Armas en Francia, el puertorriqueño Ramón Emeterio Betances, y con el delegado Tomás Estrada Palma. Contribuyó a la compra de armas, municiones y medicinas para ser remitidas a la Isla. Encabezaba la relación de donantes en París para la causa de la independencia cubana


El 18 de junio de 1898 llegó en compañía de su esposo a Nueva York, y se trasladó posteriormente a Filadelfia. Volvió a Cuba en febrero de 1899, al iniciarse la primera ocupación militar de Estados Unidos en Cuba. En Santa Clara se organizó para festejarla una manifestación popular que desfiló frente a su hogar.


En diciembre de 1908 viajó a París. Se disponía a regresar a Cuba cuando enfermó y tuvo que ser intervenida quirúrgicamente, en operación en la cual participó el médico cubano Joaquín Albarrán. No pudo detenerse la septicemia que contrajo, y el 1o de enero de 1909 falleció en la capital francesa. Sus restos se depositaron, provisionalmente, en el Cementerio de Montmartre, hasta que el 20 de febrero de 1920 fueron llevados a Cuba junto con los de su esposo, quien se había dado muerte 33 días después del fallecimiento de su cónyuge, Luis Estévez iba todos los días al cementerio y se echaba a llorar sobre la lápida, se mató de un disparo. Ambos solicitaron, en sus respectivos testamentos, ser enterrados juntos.


Al sorprenderla la muerte, Marta Abreu trabajaba en el proyecto de trasladar la capital de Cuba para Santa Clara. Hizo esta sugerencia durante la campaña electoral de José Miguel Gómez. José Miguel fue el primer gobernador de la provincia de Las Villas. Él y Marta se conocían de cerca. Ella le explicó que Santa Clara se encontraba en el centro del país, tenía la infraestructura necesaria. Y que si esta no resultaba suficiente, ella se encargaba de recaudar los fondos necesarios.


Aparte de todo lo reseñado, hay que señalar que las puertas de la casa Marta Abreu de Estévez, la gran benefactora, la insigne patriota jamás se cerraron para los pobres de Santa Clara, que a ella acudían en demanda de ayuda material, se preocupaba por que las obras que financiaba no solo tuvieran un buen acabado, también que fueran elegantes. Le gustaba utilizar el dinero con racionalidad. Ella no vio sus obras como una limosna, sino con el objetivo de elevar la dignidad de la ciudad, de los santaclareños; Esta mujer extraordinaria merece ser conocida en toda la isla.


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